Recordando el Spectrum; toneladas de nostalgia
El Sinclair ZX Spectrum, también conocido simplemente como “el Spectrum”, ha formado parte de la infancia y la adolescencia de millones de personas, marcando a toda una generación.
En una época en la que la informática era un fenómeno novedoso y emocionante, algunos pequeños ordenadores domésticos, como el Spectrum, representaron el primer contacto que tuvimos en nuestras propias casas con ese nuevo mundo que no se parecía a nada de lo que hubiéramos visto antes.
En este artículo vamos a recordar ese pequeño gran universo del Spectrum y a descubrirlo para quienes no tuvieron la suerte de disfrutarlo. Coge el pañuelo porque, si viviste aquella época, ¡no vas a parar de llorar con tantos recuerdos! ¡Snif!
Unos minutos en los años 80
Corrían los años 80, y para un niño o un adolescente de la época, los veranos continuaban siendo tan interminables como de costumbre.
Sin embargo, casi siempre traían algo nuevo. Y en alguno de esos veranos, mediada la década, muchos de nosotros vimos alterada aquella maravillosa rutina de piscina, deporte, tiempo libre e, incluso, bastantes dosis de aburrimiento (porque, en aquella época, el aburrimiento también formaba parte de la vida de las personas).
Probablemente, la mayoría tuvimos nuestro primer contacto con la informática en la casa de algún amigo cuyos padres vivían adelantados a su tiempo. En alguna de aquellas tardes de verano, en alguna visita a su domicilio, lo vimos aparecer por primera vez.
Se trataba de un aparato de apariencia humilde, pero que poseía la cualidad de contener magia. Era la primera vez que estábamos ante algo semejante, y desde la primera vez que lo vimos en funcionamiento, se ganó nuestro corazón. Para siempre.
El Spectrum, en su versión de 48k, fue uno de los primeros ordenadores de uso doméstico que se empezó a utilizar de forma masiva en muchos domicilios. Creado por la compañía británica Sinclair Research, sobre la base del procesador Zilog Z80A, se conectaba inevitablemente a un televisor –carecía de monitor propio- y a un reproductor de cassettes que cargaba los programas –generalmente, juegos- en su reducidísima memoria RAM. De tamaño pequeño, el caucho en los botones de su teclado le daba una apariencia aún más frágil, hasta el punto de que pareciera que iba a romperse con sólo tocarlo. Pero, más allá de sus limitaciones, era pura ilusión.
Los 5 o incluso más minutos en los que se cargaban los programas grabados en la cinta de cassette eran de tensa e ilusionada espera. Cualquiera que los haya vivido recordará aquel sonido estridente que de disparaba por los altavoces del televisor: “¡Piiiiiiiiiiiiii, pip! ¡Piiiiiiiiiiiii, chrrrrrrrtsssttiiiitt….!”
Una espera ilusionada por lo que estaba por venir, y tensa porque, con frecuencia, ¡la carga fallaba y había que iniciarla de nuevo!
Aquellas tardes disfrutando de juegos extremadamente sencillos -pero de los que podíamos esperar cualquier maravilla sorprendente- como Ant Attack o Manic Miner, hicieron inevitable nuestro deseo de disfrutar en nuestra propia casa de esa maravilla. Habían alcanzado el centro mismo de nuestro corazón, enamorándolo sin remedio.
Al tiempo, y tras un concienzudo trabajo de minería emocional con nuestros progenitores, conseguimos tenerlos en nuestro domicilio. Para aquel entonces, ya podíamos disfrutar de hitos como La abadía del crimen, Daley Thompson´s Decathlon, Skool Daze, Phantomas, R-Type, Match Day 2, Double Dragon o Target: Renegade, entre muchísimos otros.
Cada lanzamiento de un nuevo videojuego –ya entonces- era un acontecimiento, y nos agolpábamos en los centros comerciales para estudiar a fondo las últimas novedades. Muchos, incluso, devoraban las revistas especializadas y disfrutaban de algunas “demos” de los últimos lanzamientos. Las melodías de algunos de ellos se convertían en pequeños clásicos y se valoraban con admiración hasta las pantallas gráficas que amenizaban nuestra espera, mientras aguardábamos a que la maravilla se cargara en nuestros humildes equipos.
En su momento, el Sinclair ZX Spectrum encontró, incluso, una dura competencia. Los usuarios más domésticos se debatían entre sus entrañables 8 colores (negro, azul, rojo, magenta, verde, cian, amarillo y blanco) y la maravilla –algo más costosa- de los 16 colores del Amstrad CPC 464. Incluso, para usuarios más avanzados y dispuestos a gastar más dinero, ya estaban disponibles el Commodore 64 y el Amiga. De hecho, ya existían los primeros PC, pero eran cosa “de mayores” y se dedicaban principalmente al trabajo.
Es difícil evocar aquella magia si no se ha vivido. Algunos, incluso, encontraron en aquellos veranos su vocación y el que, con los años, se convertiría en su modo de vida. Toda una generación de ingenieros informáticos debe a aquellos días el comienzo de una pasión que les ha acompañado y sigue acompañando en la actualidad. De la mano de algunos “trasteos” con el idioma BASIC que utilizaba el Spectrum, descubrieron que muchos logros inimaginables estaban al alcance de su mano.
La marca Spectrum desapareció de los establecimientos comerciales allá por el año 1992, de la mano, precisamente, de su principal competidora, Amstrad, que había comprado la marca en 1986. Sin embargo, la leyenda del Spectrum no moriría aquellos días y mantiene aún una gran parte de su fuerza. De hecho, en la actualidad aún existen algunos Spectrum en funcionamiento y se utilizan (y “veneran”) en ambientes retro.
Si viviste aquellos días nos encantaría conocer cuáles son tus recuerdos. Puedes compartirlos con los lectores de este blog, dejando un mensaje en la caja de comentarios que se encuentra justo al finalizar este artículo.
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Dimas P.L., de la lejana y exótica Vega Baja, CasiMurcia, periodista, redactor, taumaturgo del contenido y campeón de espantar palomas en los parques. Actualmente resido en Madrid donde trabajo como paladín de la comunicación en Pandora FMS y periodista freelance cultural en cualquier medio que se ofrezca. También me vuelvo loco escribiendo y recitando por los círculos poéticos más profundos y oscuros de la ciudad.
Dimas P.L., from the distant and exotic Vega Baja, CasiMurcia, journalist, editor, thaumaturgist of content and champion of scaring pigeons in parks. I currently live in Madrid where I work as a communication champion in Pandora FMS and as a freelance cultural journalist in any media offered. I also go crazy writing and reciting in the deepest and darkest poetic circles of the city.