Si eres cinéfilo/a -o si ya tienes una edad- es probable que hayas visto en alguna ocasión la película musical de George Cukor,. En ella, el profesor de fonética Henry Higgins, interpretado por Rex Harrison, y como consecuencia de una apuesta, toma a su cargo la educación de la florista Eliza Doolittle, interpretada por Audrey Hepburn. Convencido de que sus enseñanzas moldearán las costumbres hoscas de la florista, el fonetista está seguro de que logrará hacerla pasar por una dama de la alta sociedad.

No te contamos más, por si no has visto el final. La película es un clásico de su género, y una versión de la obra de teatro de 1913, Pigmalión, de George Bernard Shaw. Dicha obra de teatro se basa, a su vez, en el mito de Pigmalión, proveniente de la cultura chipriota.

Pigmalión, Rey de Chipre, buscó durante años una mujer para contraer matrimonio, con una única condición: debía ser la mujer perfecta (casi nada con Pigmalión…).

Como no podía ser de otra manera, el rey no encuentra dicho ser perfecto entre las mujeres humanas, por lo que se dedica a recrearlo en forma de esculturas de mujer. De una de ellas, Galatea, Pigmalión se enamora, tratándola como si fuera una mujer real. Según el mito, y para premiar el ansia incesante del rey de poseer dicha perfección, Afrodita, Diosa del Amor, interviene para convertir a Galatea en una mujer real. Tanto desea Pigmalión encontrar a la mujer perfecta, que tras mucha insistencia consigue tenerla (con mediación divina, eso sí).

Otra manifestación cultural del mito de Pigmalión la encontramos en el cuento Pinocho, escrito por el italiano Carlo Collodi en 1882, y posteriormente adaptado para el cine por Disney.

La historia de Pinocho guarda similitudes con la del rey chipriota. Trata de un carpintero llamado Geppetto, que desea tener un hijo. Ante la imposibilidad de conseguirlo por otros medios, crea una marioneta semejando un niño, y la llama Pinocho (o Pinocchio en italiano). Tal es el anhelo de Geppetto de tener un hijo, que la marioneta, finalmente, cobra vida.

Pero más allá de la ficción, el efecto Pigmalion está muy relacionado con nuestra vida cotidiana.

Se conoce como efecto Pigmalión a la cualidad de influir en las personas en función de lo que se espera de ellas. Se podría decir también que constituye un género de las profecías autocumplidas. Si se espera de una persona que se comporte de una determinada manera y se la trata en consecuencia, la persona terminará comportándose de dicha forma. En el ámbito académico, por ejemplo, si se trata a un alumno como si fuera más inteligente y por tanto se le estimula más, no importaría que realmente lo sea o no; finalmente conseguirá mejores resultados.

Traducido al ámbito laboral, el Efecto Pigmalion puede tener implicaciones muy positivas. Pero también puede tenerlas negativas, mucho cuidado.

Por ejemplo, si un empleado recibe reconocimientos frecuentes por parte de su jefe, es probable que se sienta estimulado y tienda a conseguir un rendimiento mayor. Si por el contrario es continuamente cuestionado y su trabajo es criticado, probablemente caerá en la desmotivación y la calidad de su trabajo irá descendiendo. Tanto para bien, como para mal, el trato dado terminará determinando el resultado.

Todas las personas tenemos prejuicios, y de ello tampoco escapan los jefes. Todos los directivos tienen una imagen formada acerca de cada uno de los componentes de su equipo, y les suelen tratar conforme a dicha imagen. La misma puede tener poco que ver con la realidad, pero puede terminar transformándose en un hecho cierto.

Si eres jefe, piensa en ello. Probablemente la idea negativa que tengas de algunos de tus empleados no se corresponda con la realidad. ¿De veras quieres que terminen siendo como tus prejuicios te hacen verlos? Eso no será bueno ni para las personas ni para tu empresa.

Por el contrario, puedes conseguir beneficiar a tu negocio del lado positivo del efecto Pigmalión. Encuentra algunas vías:

-Elogia el trabajo de tus empleados.

Si no tienes esta costumbre, con la práctica verás que reconocer el trabajo bien hecho no sólo no cuesta nada, sino que supone un momento muy agradable, tanto para ti como para tu gente. Además, haciéndolo conseguirás que se sientan más motivados y su trabajo sea mejor. Efecto Pigmalión en toda regla.

-Utiliza un lenguaje positivo.

En muchas ocasiones, la forma en la que se comunican las cosas puede tener un efecto mayor que el mensaje que se transmite. Elimina de tu vocabulario palabras como “fracaso” o “decepción” y utiliza frases más motivadoras, como “estoy seguro de que lo conseguirás” o “creo en ti”.

-Cree en tu gente.

Ya lo sabes. Tus prejuicios pueden determinar comportamientos reales. Por ello, será mejor que te esfuerces en conseguir que tu opinión sobre tus trabajadores sea la mejor posible. Cuanto más creas en ellos y mejor les transmitas tu confianza, más fácil les resultará cumplir con tus expectativas.

-Que tus críticas sean constructivas.

A veces es necesario poner de manifiesto algunas deficiencias de un trabajo, pero ello no significa llenar el mensaje de connotaciones negativas. Una crítica constructiva no suena a reprobación y consigue un resultado mucho más efectivo.

A pesar de basarse en el mito de Pigmalión, las formas arrogantes y misóginas del profesor Higgins en My Fair Lady tal vez no fueran las mejores, por lo que no deberías tomarlo como ejemplo. Además, se trata de una película, y las películas son ficciones al fin y al cabo. En la vida real, es probable que Eliza no hubiera tolerado la actitud déspota del fonetista y su plan educativo hubiera terminado fracasando. La vida real no es un musical, ni una película romántica, sino que se rige por mecanismos distintos. Por ello, sé amable con tu gente. Tanto ellos como tu empresa, lo agradecerán.

“Trata a un ser humano como es, y seguirá siendo como es. Trátalo como puede llegar a ser, y se convertirá en lo que puede llegar a ser”. -Blaise Pascal, filósofo y matemático francés.

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